Complementarios y simétricos

Dos. Antes éramos dos. Hacíamos apología de la prohibición de niños en centros comerciales, restaurantes y aviones, y en uno de esos, en un avión, trajimos a nuestro hijo de la India. Claro que entonces él era un cigotillo, y ni siquiera lo sabíamos. No sabíamos nada.

Y ahora somos tres.
Desde entonces, y quizás antes pero no me acuerdo porque he perdido mucha memoria, mi pareja y yo tenemos una relación según cómo hayamos dormido la noche anterior y el clima. Ora llueve, ora luce el sol. Él es paciente y flexible, y es de esas personas a quienes puedes definir con una palabra: pop. Hace lo que tiene que hacer, ya sea fregar los platos, ya treinta horas de viaje, y casi nunca se queja. Cuando hace pop, ya no hay stop. En cambio yo... yo soy más... cubista. Anoche tuve uno de esos sueños (lo voy a poner en cursiva, por si os lo queréis saltar) en los que estaba buscando piso y terminé viviendo en una casa enorme de techos muy bajos con mis primos. Yo era pequeña. Soñé eso y que trabajaba en una revista, con una jefa que me iba a despedir y con otras dos chicas, dos exitosas, que me llevaron a ver un espectáculo alternativo, donde encontré a un conocido que me pidió por favor que no contara que intentó ser cómico pero que había acabado como comercial de conservas. Vaya cosa, yo fui comercial en una inmobiliaria, le mentí. No es lo mismo, me contestó, el escalafón más bajo son las conservas.

Después me desperté. En modo incompatible y asimétrico.

A todo esto, nuestro hijo completó el rompecabezas que llevamos dentro. Tiene poco más de un año y el mundo es un lugar que se abre inexplicablemente a sus ojazos. En él no hay rencor. La vida es el ahora. Una manzana, un patito, una taza. Cuando los demonios me roen las entrañas, le da por reír y tengo que disimular. Y en el disimulo los demonios empiezan a dormirse. No me rasco y me pica menos.


Pero qué cansada estoy. Hoy es siete de febrero. Sigue lloviendo. Sigue la vida.